El Éxodo

25 02 2010

Todos se alzan. Algunos agarran los mismos bultos plastificados sobre los que se sientan y los cargan al hombro. Otros arrastran sus maletas de ruedas hasta la fila. Los bebés se dejan, dócilmente, guiar de la mano de sus padres. Cuatro policías se montan en cuatro taburetes y sus cabezas sobresalen entre la muchedumbre. Miran amenazadoramente a la cola, cuidando de que, en la medida de lo posible, se respete el orden. A pesar de que aún no han abierto las puertas, la masa se va poco a poco compactando junto a ellas, empujada por un deseo irrefrenable de avanzar. De vez en cuando, se oyen pitidos y gritos de la policía a algún espabilado. Sin embargo, pronto abren las compuertas y la gente comienza a pasar al andén. Los vagones del tren están divididos en pequeños compartimentos abiertos de seis literas. Están separados unos de otros por finos tabiques, mientras que un estrecho pasillo sirve de unión entre todos. Cuando los estantes se agotan, se buscan nuevos lugares donde meter los bultos. Cualquier sitio es bueno: el pasillo, debajo de las literas, debajo de la mesilla junto a la ventana. Los niños trepan por las escaleras de las literas. Los adultos sacan la baraja de cartas o el móvil. Otros, el licor, pues quedan muchas horas de noche y de viaje. Algunos se dirigen a la cafetería, aunque los más han traído sus propios tapers con comida. Hay muchos revisores. Y revisan muchas cosas: que no cuelgue ninguna cinta de los estantes, que no sobresalgan las maletas de los mismos, que el pasillo quede libre de bultos…

Cuando llegan al vagón, prácticamente no hay ningún pasajero en regla con su equipaje, todo el mundo debe volver a hacer mudanza. Pero la gente está alegre. La mayoría va a ver a su familia después de una larga ausencia y, además, en China no hay muchas vacaciones. El único extranjero a la vista llama bastante la atención. Te observan y hacen comentarios entre ellos. Pero no están seguros de si podrán comunicarse contigo. El revisor, que te regaña por montarte en la litera con zapatos, rompe el hielo. Te disculpas. Entonces el resto se anima. Parecen contentos de hablar y se esfuerzan por que su chino resulte lo más claro posible, aunque a veces eso también queda fuera de tu alcance. Poco a poco, a medida que la noche avanza, se van acomodando en sus literas. Tú también lo haces. Queda mucho trayecto. Una fuerte luz cenital te permite leer, mientras el hilo musical martillea sin descanso. A las once de la noche, sin embargo, se apagan la lámpara y la música. Toque de queda. Hora de dormir. Piensas entonces en las historias que has ido oyendo en el camino. Algunos no han visto a su familia en un año; otros, en dos o en tres. Hay mujeres y hombres en pueblos que están esperando con nerviosismo a sus cónyuges. Hay niños que no conocen a sus padres. Otros que los habrían olvidado, si no fuera porque constantemente les recuerdan que su papá o su mamá se marchó a la ciudad para ganar más dinero. No sabes a ciencia cierta cuántos campesinos trabajan en la ciudad. Ni siquiera el Gobierno chino lo sabe. Se calcula que son entre 100 y 300 millones. En su Año Nuevo, esta enorme fuerza de la naturaleza se muestra con todo su brío. Normalmente discretos, dispersos y vulnerables, abarrotan ahora calles, transportes y puestos de comida. Van, literalmente, con lo puesto. Les distinguen las manos y las espaldas anchas, la piel morena y el vestir desgarbado. Son ellos quienes han cosido tus zapatillas, quienes han unido las piezas de tu móvil y quienes han fabricado la tele de tu salón. Gracias a ellos está cambiando China y el mundo. Sobre sus espaldas se está irguiendo este país. Y ni siquiera pueden permitirse los 20 euros que has pagado por tu litera para un trayecto de 22 horas. Van sentados. A diez vagones de distancia. Los Mingong, mitad campesinos, mitad obreros, son como los moros, los negros, los latinos, o los maquetos de Occidente; son los parias de China. Has oído ya muchas historias sobre las perradas que les hacen. Pero no es éste el momento de contarlas. Ahora quieres hablar de la otra China. La que no estaba diez vagones más allá… Quieres hablar, por ejemplo, de la Noche Vieja, cuando llegaste a un pueblito de Yunnan en otro tren y ya no había ni buses, ni taxis, ni ningún transporte regular que pudiera llevarte al centro histórico, sino sólo conductores privados con ganas de sacar tajada de sus furgonetas. Habías estado hablando en el trayecto con Xiao Li, una chica de unos 24 años de Cantón, del sur del país. Diseñadora gráfica, viajaba sola con destino a una montaña cercana al altiplano del Tibet, aunque primero quería pasar la noche en Lijiang, igual que tú. Mientras ambos esperabais a negociar con el chófer de turno, se os acercaron otros veinteañeros con ganas de celebrar el Año Nuevo. Todos viajaban solos y se habían conocido en el trayecto. A los 10 minutos ya estaba decidido. Iríais los siete en la misma furgoneta al centro. Os cobrarían 50 céntimos de euro por cabeza. Dos de los pibes iban ya cargados de licor, aunque los demás acertaban a tenerlos bajo control. Empezaste a charlar, poco a poco, con la gente, tratando de acostumbrarte a su acento. Un chaval, Afei, te cayó bien desde el principio. Iba cuidando de que Liu no se partiera la crisma contra el suelo, pero sacaba tiempo para charlar contigo. Al poco, decidisteis que Liu, Afei y tú compartiríais habitación en un hotelillo del centro. A tres euros por cabeza, no te pareció un mal negocio. Esa noche fuisteis a recorrer el pueblo en busca de algo que comer y que beber. Las familias estaban viendo la tele. El programa con más audiencia del mundo es el de la Noche Vieja china, según dicen. Se veían por todas partes los restos de las comilonas, también las botellas vacías, y a cada paso había que esquivar una traca de petardos. Los dos días siguientes los pasaste con Liu y Afei, que son unos verdaderos majetones, aunque tienen la desafortunada costumbre de pararse con rigurosa puntualidad cada segundo para tomar fotos cuando pasean por la ciudad. Su filosofía es que cada detalle, por mínimo que sea, es digno de inmortalizarse. De vez en cuando, además, reclaman una cierta adhesión por tu parte. Desuan –te llaman por tu nombre chino-, ¿una foto? Entonces posas en cualquier sitio y sonríes o haces el signo de la victoria. Lo malo es que, si no están satisfechos con el resultado, te piden que poses otra vez… Los dos trabajan en empresas y tienen una carrera universitaria. Cámara digital en mano, tarjeta de crédito en la cartera, parece que no lo ganan mal. Afei, que vive en Hunan, tiene 27 años y está soltero, incluso se ha comprado hace poco una casa. Ambos te cuidan mucho, la verdad. Te intentan explicar en qué consiste tal o cual cosa, este u otro plato, el edificio de aquí o de allí. Salís de marcha por la noche. Vais a un par de locales que son como discotecas donde la gente no baila, sino que mira el espectáculo del escenario, y participa en los concursos y los juegos que propone el moderador. Tú tuviste que saltar para explotar globos y conseguir los premios que escondían los papelitos de su interior. En fin, lo has pasado muy bien. Con sus rarezas, con sus particularidades, con sus tabúes, sus miedos y su inmensa energía, la juventud de China, la juventud afortunada, aunque también esforzada, de este inmenso país, te ha abierto los brazos por un rato, y, por primera vez, te has sentido como en casa. Lo extraño es lo rápido que todo ha sucedido aquí. Casi da vértigo. Mientras paseabais, en una ocasión Afei te señaló un cartel con una inscripción que, traducida prescindiendo de todo ornamento, diría algo así: “Estudia duro y progresa cada día”. Se refería a tu interés por avanzar con el chino. Te dijo que era “una cita muy hermosa del Presidente Mao”. El Timonel, que, como mínimo, habría mandado a tus amigos a hacer penitencia pública por contrarrevolucionarios, por derechistas y por boicoteadores de los esfuerzos colectivos, murió hace sólo 34 años.


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8 responses

25 02 2010
Marisa

Me ha encantado Desuan. Seguiré estudiando duro y progresando cada día. Un besazo.

25 02 2010
Mariola

Hola Dieguillo, algunas cosas que escribes, impresionan, no sólo por lo que dices, sino por cómo lo dices:

«Son ellos quienes han cosido tus zapatillas, quienes han unido las piezas de tu móvil y quienes han fabricado la tele de tu salón. Gracias a ellos está cambiando China y el mundo. Sobre sus espaldas se está irguiendo este país. Y ni siquiera pueden permitirse los 20 euros que has pagado por tu litera para un trayecto de 22 horas. Van sentados. A diez vagones de distancia.»

Qué ironías tiene la vida… verdad? Los parias…

Besito

25 02 2010
Pataliebre

Y que me dices de ser el extranjero adinerado rodeado de Parias nativos? Como se siente? En el anterior post asegurabas que China no se arrodillaba ante el billete extranjero, pero omitiste como te hace sentir tu estatus te extranjero privilegiado.
Un abrazo.

27 02 2010
jdiegotorres

China, como país, como sociedad, no se arrodilla ante los extranjeros. Pero, como en todas partes, hay gente que rinde pleitesía al dinero, ya esté en manos de extranjeros o de chinos. Aquí, los que tienen dinero de verdad son los chinos. Sin embargo, lo de ser extranjero, y no tener las mismas facciones que un chino, te mete en el saco de los ricos. Hay gente que se acerca a ti exclusivamente para sacar provecho de ese dinero que se supone debes tener, otros sienten fascinación por el simple hecho de la diferencia, también hay gente a la que no le gustan nada los extranjeros y otros que te tratan con cierto desdén. En fin, hay de todo. El estatus al que te refieres, pues, a veces, está bien, porque despierta el interés de las personas a tu alrededor; y otras, pues, es una pesada carga, porque te impide conocer a la gente de forma más natural. Además, en general aquí hay muchos prejuicios sobre lo que piensan, lo que comen, lo que sienten y sobre la forma de vivir de los extranjeros. En cualquier caso, gracias por tu pregunta, porque algún día de estos pensaba escribir sobre el tema…

27 02 2010
Cristiano

Gracias Diego! Me has permitidos hacer otro viaje, solo, en China. La verdad es que entre los países que conozco me parece que este es el país adonde mejor se viaja solo. Es el país adonde se puede conocer a muy buena gente que en sus vacaciones vive de una forma aun mas abierta y alegra. Con tu cuento me confirmaste esto una vez mas. Pero sobre algo no estoy de acuerdo: los Chinos tienen bastante vacaciones, es que las tienen todos juntos en cuanto vacaciones de estado y no siempre pueden tomar extra vacaciones cuando quieren.

Un abrazo fuerte.

27 02 2010
eloisatelethusa

Querido José Diego: Me da una inmensa alegría recibir tus «noticias-literarias» Es preciosa esta nueva «fotografía» titulada El Éxodo, con «barrido» magnífico que nos permite verte, situarte y hasta sentirte. Veo que aprovechas muy bien esta oportunidad (privilegio)…¡de eso se trata! Te agradezco que sigas compartiendo con nosotros lo mejor de cada minuto y cada persona. TE ANIMO MUCHÍSIMO Y TE DOY MI MAS SINCERA ENHORABUENA.

28 02 2010
teresa alba

Un viaje iniciático…sumergido en la difusa riada humana que se traslada en esos momentos claves, en los que se busca a la familia y a los seres queridos para romper la distancia en el espacio y el tiempo, como ocurre en otros muchos lugares del mundo, y también la experiencia que el azar te proporciona de una convivencia intensa con personas que durante algunas horas o algunos días forman parte de tu vida y a las que tal vez nunca volverás a ver: encuentro y desencuentro.

Escribir como forma de aprisionar instantes , de fijar momentos para el recuerdo, para ir, cuando lo releas, a la búsqueda de ese tiempo único e irrepetible vivido en la lejana China.

6 03 2010
Rosario

Hola Desuanillo. Me ha producido tristeza el contraste entre esos dos estratos sociales que nos muestras en » Exodo», los MINGONG y los MAJETONES. ¡Pobres parias mingong!

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